Supuestos tempranos

Hace bastante tiempo ya que terminé de leer “La abolición del hombre”, de C. S. Lewis. Esta es la descripción de la obra:

En La abolición del hombre, la dotada pluma de C. S. Lewis se explaya acerca de los absurdos filosóficos de la primera modernidad y los peligros de la deshumanización en un área particularmente sensible: la educación de nuestros hijos.

Hoy releí el primer capítulo, y me encontré con pensamientos muy interesantes del autor. Todo parte del análisis que hace de un libro y de sus autores. Como oculta sus nombres, llama a estos señores Gayo y Tito, y a la obra analizada El libro verde.

Y es interesante porque analiza cómo este libro, que está destinado a escolares, a “niños y niñas que cursan sus últimos años de escuela”, tiene un profundo contenido filosófico, y no solo gramatical como sugeriría a quien los comprase, los padres del chico o el director del colegio, lo cual resultaría injusto para ellos. Es como si el chico volviera del dentista con los dientes intactos y la cabeza llena de ideas sobre política. Y como se trata de chicos, es decir, de personas sin un pensamiento crítico, Lewis señala la poca atención que le prestamos a los textos escolares.

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El Corazón habla al corazón

Si nos detenemos un momento a pensar en lo que hicimos en los últimos días, en la última semana, es fácil percatarse de lo acelerado que es nuestro estilo de vida. A veces no nos hacemos tiempo para la reflexión, para pensar a dónde estamos yendo, qué es lo que realmente perseguimos en nuestra vida, qué tipo de persona queremos ser, si lo que hacemos nos llena realmente.

Tenemos muchas metas y objetivos, algunas muy nobles y buenas. Queremos ser grandes profesionales, ser excelentes en el trabajo que hacemos y amamos, ganar dinero, amar a nuestra esposa/esposo, compartir una vida junto a su lado, formar una familia, y tantas cosas más. Y todo esto es muy bueno y hermoso. Pero creo que hay algo mucho más grande y bello como para perderlo de vista.

Cuando estudiamos, trabajamos, pasamos el rato con nuestra pareja, educamos a los chicos, no debemos perder de vista que eso forma parte de un horizonte mayor.

Hoy el Papa Bendicto XVI beatificó al Cardenal John Henry Newman. Y en esta visita a Reino Unido, el Papa ha dicho varias cosas al respecto de lo que venimos hablando. Cuando se dirigió a los alumnos de las escuelas católicas los invitó a ser santos. Y alcanzar la santidad es una respuesta personal a un Dios que nos ama “con una profundidad e intensidad que difícilmente podremos llegar a comprender”, pero que además “nos invita a responder a su amor”.

Y quizá así se pueda definir a un santo. A alguien que ha respondido generosamente a un Amor tan grande, o como dice Lewis, al Amor Mismo.

Quizá hoy domingo, día en el que tenemos un respiro de todas nuestras tareas y trabajos, sea bueno pensar en esto. ¿Quiénes queremos ser? ¿A dónde estamos yendo en nuestra vida? ¿Cuáles son nuestros más altos ideales? ¿A dónde nos están llevando? Y quizá las siguientes palabras nos ayuden a profundizarlo un poco más.

Cuando os invito a ser santos, os pido que no os conforméis con ser de segunda fila. Os pido que no persigáis una meta limitada y que ignoréis las demás. Tener dinero posibilita ser generoso y hacer el bien en el mundo, pero, por sí mismo, no es suficiente para haceros felices. Estar altamente cualificado en determinada actividad o profesión es bueno, pero esto no os llenará de satisfacción a menos que aspiremos a algo más grande aún. Llegar a la fama, no nos hace felices. La felicidad es algo que todos quieren, pero una de las mayores tragedias de este mundo es que muchísima gente jamás la encuentra, porque la busca en los lugares equivocados. La clave para esto es muy sencilla: la verdadera felicidad se encuentra en Dios. Necesitamos tener el valor de poner nuestras esperanzas más profundas solamente en Dios, no en el dinero, la carrera, el éxito mundano o en nuestras relaciones personales, sino en Dios. Sólo él puede satisfacer las necesidades más profundas de nuestro corazón.

Una decisión

El otro día me encontré, como nos tiene acostumbrados Anibal Cuevas, con un excelente post sobre el matrimonio, que me pareció una muy buena idea compartirlo con ustedes.

A veces encontramos en las parejas ésta concepción de lo que es el amor: “te amo porque así lo siento”. Según esta definición el amor es un sentimiento. El problema con esta concepción es que los sentimientos son impredecibles: hoy sentimos algo, pero mañana quizá no. Los sentimientos quizá sean lo más inestable que tiene el hombre. Por lo tanto si el amor es un sentimiento, y si mi pareja dice que me ama, es porque ahora lo siente así, pero mañana o pasado los sentimientos se irán. En algún momento el o ella me faltará el respeto, me ofenderá, me decepcionará… y no hay forma de mantener los sentimientos en alto en esas situaciones. Entonces ¿qué pasó con el amor?

Por supuesto que en las parejas donde “el amor es un sentimiento” las cosas no son tan caóticas. Pero sí bastante confusas. A veces no se entiende por qué uno está con el otro, después uno está totalmente convencido, y otra vez desanimado, y así. Esto pasa cuando son los sentimientos los que dirigen.

Por supuesto que la parte sentimental es muy importante en el amor, pero esto es distinto a decir que el amor es un sentimiento. En realidad, el amor es una decisión. En vez de decir “te amo porque así lo siento”, digo “te amo porque después de conocerte en todo este tiempo que pasamos juntos, he tomado la decisión de amarte”. En este último caso, si la decisión es firme y fundamentada, una decepción u ofensa del otro no hace caer al amor, porque éste no depende de un sentimiento, es una decisión mía. Yo quiero amarte. Yo lo decido.

Estas son las palabras finales de Cuevas en el post citado:

[…] sin duda los sentimientos deben ocupar su lugar en el amor, pero nunca deben ser guía de decisiones. No debemos permitir que sea el corazón quien nos guíe, debemos ser nosotros quienes le guiemos a él.

Amar significa comprometerse a diario, no sólo cuando el sentimiento acompaña. Significa determinarse en mantener el compromiso, poner los medios para que lo que yo pueda hacer no falte. El amor no es sólo cuestión de sentimientos sino de decisión.

A los que están caminando lejos…

Si pensábamos que la santidad es para personas raras que se pasan todo el día rezando, definitivamente San Agustín es un contraejemplo. No podríamos creer que se trata de un santo si observáramos su vida anterior a su conversión al cristianismo. Más que su extraordinaria inteligencia, tenía algo clave: un corazón inquieto, siempre en busca de la verdad.

En el retiro que hice este fin de semana me encontré con un libro sobre él, “Los cinco minutos de San Agustín”, con pensamientos suyos para todos los días del año. En la contraportada leí una frase suya que automáticamente hizo que lo compre. Además, ahora que lo pienso, nunca me puse a leer algo de San Agustín.

Dame personas enamoradas: ellas entienden lo que yo digo.
Dame los que anhelan; dame los que tienen hambre;
dame a los que están caminando lejos, en el desierto,
que tienen sed y suspiran por la fuente del país eterno.
Dame este tipo de personas: son los que yo comprendo.

Lo próximo a leer de uno de los más importantes Padres de la Iglesia latina son sus Confesiones.

La Iglesia y el preservativo

En este viaje papal al África se ha hablado mucho sobre la posición de la Iglesia Católica sobre el preservativo como una forma de evitar el SIDA. Hoy leía esta nota en LANACION, titulada “Críticas al Papa por oponerse al preservativo”.

Los periódicos, definitivamente, no son una fuente muy confiable para saber con claridad qué es lo que enseña la Iglesia. Como decía el Cardenal Bertone, no es que en ellos no haya cobertura sobre asuntos religiosos, lo que no hay es calidad. Y justamente al leer este artículo en la LANACION, da la sensación de que la Iglesia dice que si un hombre va a acostarse con una prostituta, entonces no debe usar preservativo. Es grande la superficialidad con la que los medios han informado sobre las palabras dichas por Benedicto XVI en el avión que lo llevaba a Camerún.

Las mejores armas para combatir el SIDA, según la Iglesia, son la fidelidad conyugal, la abstinencia de relaciones sexuales fuera del matrimonio y la monogamia. La solución no es repartir profilácticos y dar una falsa sensación de seguridad, sino educar y enseñar en lo sexual. La solución, como dice el Papa, es “humanizar la sexualidad”, “renovar al hombre interiormente”. Todo esto es lo que enseña la Iglesia. No dice que se pueden mantener todo tipo de relaciones promiscuas a condición de no usar el preservativo. Si dejamos de cumplir algo de esto, dejamos de cumplir todo. Si desoímos lo que enseña, por ejemplo, sobre relaciones prematrimoniales, y no usamos el preservativo, no estamos cumpliendo lo que ella dice.

Por eso siempre me pareció increíble que culpen a la Iglesia por los enfermos de SIDA o por promoverlo. Es como creer que alguien que tiene relaciones con cualquier persona, que nunca escucha las enseñanzas de la Iglesia, sí la escucha en no usar el preservativo. A mayor contacto sexual hay mayores posibilidades de contagio. Es un error hacerle creer a la gente (especialmente a los jóvenes) que por usar preservativo no hay posibilidades de enfermarse.

Como dice el doctor José María Simón Castellví, presidente de la Federación Internacional de Médicos Católicos, para entender lo que enseña la Iglesia sobre el preservativo, es necesario comprender qué es el amor. Esto mismo es lo que les decía el Papa a los periodistas, aunque este tipo de palabras nunca aparece en los artículos periodísticos.

Castellví, en la nota citada, menciona un caso histórico:

En Yaundé, Camerún, en 1993, se celebró la VII Reunión Internacional sobre el Sida con expertos médicos y sanitarios. Fue una reunión en la que participaban unos trescientos congresistas y, se distribuyó al final, un cuestionario para que se indicase, entre otras cosas, si se había tenido relaciones sexuales durante los tres días que duró la reunión con personas que no fuesen pareja estable.

De los encuestados, el 28% contestó que sí, y de éstos, una tercera parte dijo que no había tomado “precaución” alguna para evitar contagios.

“Si esto ocurre entre personas ‘concienciadas’, ¿qué ocurrirá entre la gente normal?”, se pregunta.

The Screwtape Letters

… o Cartas del Diablo a su sobrino. Es una obra de C. S. Lewis, escritor inglés y autor, entre otras, de “Crónicas de Narnia”, “Más allá del planeta silencioso”, “Mero cristianismo”, etc. Fue un gran amigo de J.R.R. Tolkien.

Lewis fue ateo por varios años, hasta convertirse al cristianismo anglicano. En aciprensa lo describen como una de esas personas que “dado que entendían de qué estaban hablando, no se escondían en lenguajes retorcidos y tenían el buen hábito de escribir claro”.

La obra del título del post se compone de una serie de cartas que Escrutopo (un diablo adulto y con experiencia) escribe a Orugario (uno joven, principiante). En las mismas le da indicaciones sobre cómo perder a su “paciente” (un hombre; todos los hombres tienen asignado un diablo bajo su “responsabilidad”) y alejarlo del Enemigo (o sea, Dios).

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El buen samaritano

La parábola del buen samaritano (Lucas 10, 25-37) es una de las que más me gustan. Al leer estas parábolas, uno queda deslumbrado de la capacidad de Jesús para responder a las preguntas de sus contemporáneos, del contraste de sus enseñanzas con los pensamientos de la época, incluso los actuales.

En el séptimo capítulo “El mensaje de las parábolas”, de su libro Jesús de Nazaret, Joseph Ratzinger da una introducción a las mismas, y luego explica las tres principales en el Evangelio de Lucas, arrancando con la del samaritano. Elije esas tres ya que “su belleza y profundidad conmueven de forma espontánea incluso al no creyente”.
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