Cuando lo leía, me acordaba del momento en que le mostré a mi viejo las fotos de nuestro viaje a Potrerillos (Mendoza). «Qué increíble las montañas», me dijo, pensativo, «¿cómo puede ser que estén ahí?». Entonces le comencé a explicar cómo se forman las montañas: por el movimiento de las capas inferiores de la tierra (o algo así). «Sí, pero ¿cómo puede ser que estén ahí?», insistió, para finalmente agregar: «A eso no lo hizo el hombre». En ese momento, me di cuenta de que no había entendido la pregunta. Era el asombro por la realidad lo que me estaba señalando, no los detalles superficiales. Me sentí un poco como alguien que va acompañado a un desierto y encuentra un televisor funcionando con energía solar. Me había puesto a explicar cómo yo creía que funcionaba el sistema, en lugar de asombrarme de que existiera semejante instalación en ese solitario lugar.
Al leerlo es imposible no pensar también en los bebés de mis amigos. Hace unas semanas, nos juntamos a comer con una pareja amiga. Fueron padres hace poco tiempo. Habían ido al cine esos días y se trajeron uno de esos baldes gigantes para pochoclo. Fue, por varias horas, el juguete preferido del nene, que se lo ponía y sacaba de la cabeza, asombrado quizá por la posibilidad de ver y, un instante después, no ver nada. Todos los otros juguetes que le habían comprado eran aburridos comparados con este sombrero mágico. Algo muy parecido había pasado con la bebé de otro amigo: desde su changuito, arrojaba los juguetes al suelo y los miraba caer asombrada: el asombro era porque caían y, seguramente, porque caían hacia abajo. «Un chico de siete años se entusiasma si le dicen que Tomás abrió una puerta y vio un dragón. Pero un chico de tres años se entusiasmará si le dicen que Tomás abrió una puerta».
Cuando terminé de leerlo y releerlo, también entendí por qué me gustan tanto los cuentos fantásticos, como El Señor de los Anillos o El Hobbit. «A todos nos gustan las fábulas asombrosas porque tocan la fibra del antiguo instinto de asombro. Esto lo prueba el hecho de que, cuando somos niños, no necesitamos cuentos de hadas; solamente necesitamos cuentos». Porque «a los chicos les gustan los cuentos románticos; pero a los bebés les gustan los cuentos realistas, porque los encuentran románticos». Los bebés encuentran romántico los efectos de la luz y la fuerza de gravedad. Nosotros, en cambio, ya nos acostumbramos a tratarlas como cosas normales, obvias, necesarias. «Esto prueba que aún las fábulas infantiles sólo son eco de un sobresalto, casi prenatal, de interés y de asombro. Estas fábulas dicen que las manzanas son doradas, con el único fin de resucitar el momento olvidado en que descubrimos que eran verdes. Dicen que corren ríos de vino, para recordarnos, por un loco momento, que corren ríos de agua».
Pero es inevitable, luego de asombrarse por la realidad que nos rodea, mirar hacia uno mismo y volver a asombrarse. «Es terrible comprender el cosmos pero nunca comprender el “ego”; el “yo” es más remoto que cualquier estrella». Me pareció excepcional su descripción de lo que somos: «Todos hemos leído […] la historia del hombre que olvidó su nombre. Ese hombre camina por las calles y puede verlo y apreciarlo todo; sólo no puede recordar quién es. Bien, cada hombre es ese hombre de la historia. Cada hombre ha olvidado quién es. […] Todos padecemos de la misma calamidad mental; todos hemos olvidado nuestros nombres. Todos hemos olvidado lo que somos. Lo que llamamos sentido común y racionalidad y practicidad y positivismo, significa que, por ciertas regulaciones de nuestra vida, olvidamos que hemos olvidado. Todo lo que llamamos espíritu y arte y éxtasis, significa que solamente, por un magnífico instante, recordamos que habíamos olvidado».
La ética en el país de los elfos es un capítulo del libro Ortodoxia, de G. K. Chesterton, que, gracias a Dios, cayó en mis manos por medio de un amigo. Un texto maravilloso para recuperar el asombro por todo y vivir así agradecidos, porque «la prueba de toda felicidad es la gratitud». En fin, un excelente ensayo de este gran escritor inglés que empiezo a descubrir.