Hace un tiempo escribí un post sobre un gran libro de un escritor que me fascina, C. S. Lewis, llamado Los cuatro amores. Hoy es un día para escribir algo sobre uno de esos cuatro amores.
Lewis es un tipo que escribe claro, a cuestiones no muy fáciles de explicar, las aborda con gran maestría y con sencillez al mismo tiempo. Por lo menos es lo que yo percibo al leerlo, aunque no soy el único que opina lo mismo.
¿Qué es la amistad? ¿quién es un amigo? Este texto que voy a compartir con ustedes puede hacernos replantear esto, y eso es algo que está bueno, tener otros puntos de vista y así enriquecer el nuestro. Ahí va, espero que lo disfruten.
Cuando nuestro tema es el Afecto o el Eros, siempre encontramos una audiencia muy bien dispuesta. Una y otra vez se ha puesto de relieve y casi exagerado la importancia y belleza de ambos amores […]. Pero en la actualidad muy poca gente piensa que la Amistad sea un amor de valor comparable al de esos dos, o incluso que sea un tipo de amor […]. A los antiguos, la Amistad les parecía el más feliz y humano de los amores; coronación de la vida y escuela de virtud. En comparación, el mundo moderno la pasa por alto […]. Es algo bastante secundario, no un plato principal en el banquete de la vida; una diversión; algo que llena los vacíos de nuestros días. ¿Cómo es que ha llegado a producirse esto? […] La primera y más obvia respuesta es que pocos la valoran porque pocos la experimentan […].
Lamb ha dicho en algún lugar que si de tres amigos (A, B y C), A muriera, B perdería no solo a A sino “la parte de A en C”, mientras C perdería no solo a A sino “la parte de A en B”. En cada uno de mis amigos hay algo que únicamente otro amigo puede hacer salir por completo. Por mí mismo, carezco de la capacidad suficiente para poner en actividad la totalidad de otra persona; necesito otras luces además de la mía para hacer visibles todas sus facetas. Ahora que Charles ha muerto, jamás volveré a ver la reacción de Ronald a una broma típica de Charles. Lejos de tener más de Ronald, de tenerlo “para mí” ahora que Charles ha partido, tengo menos de Ronald. De ahí que la verdadera Amistad sea el menos celoso de los amores […]. En esto, la Amistad muestra una gloriosa “cercanía por semejanza” con el propio Cielo, donde la misma multitud de los bienaventurados (que ningún ser humano puede contar) aumenta el goce de Dios que cada uno de ellos tiene. Pues cada alma, viendo al Señor a su manera, indudablemente comunica esa visión única a todo el resto. Tal es la razón, dice un viejo autor, de que en la visión de Isaías los serafines se canten unos a otros “Santo, Santo, Santo” (Isaías 6,3). Así, mientras más compartamos el Pan Celestial entre nosotros, más tendremos.
[…] (Milton: Lewis viene hablando del Compañerismo, el compartir tareas comunes) Este Compañerismo no es, sin embargo, más que la matriz de la Amistad. Se lo suele llamar Amistad, y mucha gente, cuando habla de sus “amigos”, solo se refiere a sus compañeros. Pero no es Amistad en el sentido que yo le doy a la palabra. Con esto no pretendo en absoluto menospreciar la relación meramente de club, “peñística”. No menospreciamos la plata por distinguirla del oro.
La Amistad surge del simple Compañerismo cuando dos o más de los compañeros descubren que tienen en común alguna visión, un cierto interés o incluso una afición que los demás no comparten y que, hasta ese momento, cada uno creía ser su tesoro (o carga) único y personal. La expresión típica del inicio de una Amistad debe ser algo parecido a: “¿Cómo? ¿Tú también? Creía que yo era el único” […]. Solo cuando dos personas como esas se descubren mutuamente; cuando, sea con enormes dificultades y tanteos semiarticulados o con lo que podría parecernos una elipsis o una velocidad asombrosas, comparten su visión, es entonces que nace la Amistad. Y al instante esas dos personas se encuentran juntas en una inmensa soledad.
[…] Todos los que comparten con nosotros esa actividad serán nuestros compañeros; pero uno o dos o tres que comparten algo más serán nuestros Amigos. En este tipo de amor, como dijo Emerson, “¿Me amas?” significa “¿Ves la misma verdad?” O, al menos, “¿Te importa la misma verdad?” La persona que concuerda con nosotros en la importancia de una incógnita que pasa casi inadvertida para los demás puede ser nuestro Amigo. No es necesario que estemos de acuerdo en la respuesta.
[…] Cuando los dos seres que se descubren como caminantes de la misma ruta secreta son de diferente sexo, la amistad que surge entre ellos puede pasar fácilmente -puede pasar durante la primera media hora- al amor erótico. En verdad, a no ser que se resulten físicamente repulsivos el uno al otro, o que uno de ellos o ambos ya esté enamorado de otra persona, es casi seguro que tarde o temprano ello ocurrirá. Y a la inversa, el amor erótico puede conducir a la Amistad entre los enamorados. Pero esto, lejos de abolir la diferencia entre los dos amores, la ilumina con mayor claridad. Si alguien que, en el sentido más profundo y pleno, fue primero Amigo, se revela luego -gradual o súbitamente- también como enamorado, por cierto no querremos compartir ese amor erótico del Amado con un tercero. Pero no nos producirá celo alguno compartir la Amistad. Nada enriquece tanto un amor erótico como el descubrimiento de que el ser amado puede trabar Amistad de manera profunda, verdadera y espontánea, con quienes ya eran nuestros Amigos: sentir que no solo estamos nosotros dos unidos por el amor erótico, sino que nosotros tres o cuatro o cinco, somos todos viajeros embarcados en la misma búsqueda, todos tenemos una visión común.
[…] El signo de la perfecta Amistad no es que se prestará ayuda en los aprietos (por supuesto que sí), sino que el haberla prestado no cambia para nada las cosas. Fue una distracción, una anomalía. Fue una terrible pérdida del tiempo que teníamos para compartir, siempre demasiado escaso. Quizá sólo disponíamos de un par de horas para conversar y, Dios nos ampare, tuvimos que dedicar veinte minutos a esos asuntos.
Porque, desde luego, no queremos enterarnos de los asuntos de nuestro Amigo. La Amistad, a diferencia del Eros, no es inquisitiva. Nos hacemos amigos de alguien sin saber y sin que nos importe si es casado o soltero, o cómo se gana la vida. ¿Qué tienen que ver todas estas “cosas prácticas e irrelevantes” con la verdadera cuestión: ¿Ves tú la misma verdad? En un círculo de verdaderos amigos, cada persona es simplemente lo que es: no representa a nadie ni a nada más que a sí mismo. A nadie le importa un comino la familia de los demás, su profesión, clase social, ingresos, raza o historia anterior. Evidentemente a la larga se llegará a saber la mayoría de esos detalles. Pero por casualidad y de manera informal. Saldrán poco a poco, para ilustrar algo o dar un ejemplo, como pretexto para una anécdota, nunca por interés en ellos mismos. Tal es la majestuosidad de la Amistad. […] Este amor pasa por alto (esencialmente) no solo nuestros cuerpos físicos, sino toda esa corporeidad constituida por nuestra familia, trabajo, pasado y relaciones sociales. […] En el Eros tenemos cuerpos desnudos; en la Amistad, personalidades desnudas.
[…] La búsqueda o visión común que une a los Amigos no los absorbe hasta el punto de desconocerse u olvidarse mutuamente. Al contraio, constituye el medio mismo en el cual existe su amor y conocimiento recíproco. […] Si en un comienzo hubiéramos prestado más atención al Amigo y menos a aquello “en torno a lo cual” se daba nuestra Amistad, no habríamos llegado a conocerlo tan bien o amarlo tanto. No se descubre al guerrero, al poeta, al filósofo o al cristiano mirándolo a los ojos como si fuera nuestra amante: mejor luchar a su lado, leer con él, argumentar con él, rezar con él.
Creo que, en una Amistad perfecta, este Amor Apreciativo suele ser tan grande y con tan sólidos fundamentos, que cada miembro del círculo, en lo más profundo de su corazón, se siente humilde frente a todos los demás. En ocasiones se pregunta qué está haciendo ahí, entre gente mucho mejor que él. La suerte de estar en tal compañía sobrepasa por completo sus méritos. Especialmente cuando se junta todo el grupo, y cada uno saca a la luz lo mejor, lo más sabio o lo más gracioso de los demás. Esas son las sesiones de oro: cuando cuatro o cinco de nosotros, tras una jornada de dura caminata, hemos llegado a nuestra posada; cuando nos hemos calzado las zapatillas, tenemos los pies extendidos hacia el fuego y nuestros tragos al alcance de la mano; cuando el mundo entero, y aún el más allá, se abre a nuestros espíritus conforme conversamos; y nadie tiene exigencias ni responsabilidades por los demás, todos hombres libres e iguales como si nos hubiéramos conocido una hora antes, pero al mismo tiempo envueltos en un Afecto dulcificado por los años. La vida -la vida natural- no tiene mejor regalo que ofrecer. ¿Quién podría haberlo merecido?
[…] En la Amistad creemos haber elegido a nuestros pares. En verdad, unos años de diferencia entre nuestras fechas de nacimiento, unas millas más entre ciertas casas, la elección de una universidad en vez de otra, la destinación a diferentes regimientos, la casualidad de un tema de conversación que surgió o no surgió en el primer encuentro: cualquiera de estos azares pudo habernos mantenido separados. Pero para un cristiano no hay -estrictamente hablando- azares. Un Maestro de Ceremonias ha estado actuando en secreto. Cristo, que dijo a los discípulos: “No sois vosotros quienes me habéis elegido a mí, sino yo quien os ha elegido a vosotros”, con toda verdad puede decir a cada grupo de amigos cristianos: “Vosotros no os habéis elegido unos a otros, sino que yo os he elegido a unos para otros”. La Amistad no es una recompensa por el criterio y buen gusto que hemos demostrado al descubrirnos mutuamente. Es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás. No son mayores que las bellezas de miles de otras personas: mediante la Amistad, Dios nos abre los ojos a ellas. […] En este festín, es El quien ha dispuesto la mesa y elegido a los invitados. Es Él quien -esperémoslo así-, a veces preside, y siempre debería hacerlo. No prescindamos de nuestro Anfitrión.