Un hombre muerto, en estado de descomposición, retorna a la vida otra vez. Una persona que había comenzado a orar tranquila debajo de un árbol, comienza a levitar. En el momento de la consagración del pan, en la Eucaristía, éste se convierte en carne. Un monja que padecía del mal de Parkinson ve desaparecer sus síntomas milagrosamente. Marie Bayllie, enferma que tenía peritonitis tuberculosa en último grado, ve descender su voluminoso abdomen instantáneamente a su volumen normal.
Todas estas cosas son difíciles de creer, ¿no? Los milagros, como los conocemos, son difíciles de aceptar. No importa si el médico dice “esto es científicamente inexplicable” (lo dicen…), no lo creemos, porque no lo vimos. No importa si Alexis Carrel, Premio Nobel de Medicina, declara que una curación no tiene explicación científica (este señor se convirtió al catolicismo tras presenciar un milagro. Murió católico). Tampoco interesa que el doctor Leuret, Jefe de la Oficina Médica de Lourdes haya publicado un libro, traducido al español por la Editorial FAX titulado Curaciones milagrosas modernas, donde se narran varios casos con los nombres de los enfermos, reproducciones de las radiografías, etc, y las firmas de los médicos que certifican las curaciones inexplicables desde el punto de vista científico.
Nada de eso importa. Nos puede sorprender al principio, pero no nos mueve a hacer nada, porque en el fondo no lo creemos… no lo hemos visto. El día que presenciemos un milagro, como Carrel, nuestra vida quizá de un giro impresionante… pero por ahora, nada de esto nos mueve a hacer algo… y dentro de un tiempo voy a olvidarlo completamente.
Si pudiéramos presenciar un milagro… Sólo eso bastaría, quizá, para creer sin objeciones. Ver algo inexplicable, que no podamos entender cómo ha sucedido. Que al presenciarlo quedemos sorprendidos por tal majestuosa obra. ¿Qué tenemos que hacer para ver algo así? ¿Será sólo suerte de algunos?
Yo pienso que desde que nos levantamos hasta acostarnos, todos somos espectadores de un verdadero milagro: la vida. Sé que existe una teoría, la del Big Bang, que explica el origen del universo, pero eso no me satisface. Eso no explica la vida. No explica por qué estamos acá, por qué existimos.
¿Qué o quién originó el Big Bang? ¿Por qué vivimos?. Puedo pensar, decidir libremente qué hacer y cómo actuar, qué decir. Puedo odiar, amar, y preguntarme de dónde vengo, quién soy, y por qué estoy aquí ahora. Existo y vivo. ¿Cómo puede eso ser posible?